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Sin tiempo para perder el tiempo

Un niño puede enseñarle tres cosas a un adulto:
1.A ponerse contento sin motivo
2.A estar siempre ocupado con algo
3.A saber exigir con todas sus fuerzas lo que desea.

(Paulo Coelho)

Reflexionando, observando y hablando con compañeros y compañeras de profesión me doy cuenta de un hecho del que todo el mundo es consciente: “damos demasiadas vueltas al tiempo”. Con esta metáfora quiero plasmar la cantidad de vueltas y vueltas y vueltas que damos a un minuto, o a una hora, o a un día… parece que el día, minuto o hora quiera terminar, pero lo llenamos de actividades a realizar y parece que nunca llega a su fin.

En la escuela es igual, sólo hace falta pararse a observar un día cualquiera a las 9 de la mañana, todo son escurridizos y nervios: que si hay que abrir la puerta, que si una maestra no viene, que si tengo que hacer unas fotocopias , que si llego tarde, que si no he encontrado aparcamiento, que si tengo que entregar unos papeles… Demasiadas vueltas de tiempo…

Una vez en el aula el tiempo se relaja, pero no mucho: que si las rutinas, que si el proyecto, que si tenemos que regar las plantas, que si hoy toca talleres, que si viene el maestro de psicomotricidad, que si es hora de desayuno, que si salimos al patio y te llevas el desayuno que no has terminado, que si a lavar las manos rápido porque nos marchamos a música… Las horas se pasan de vueltas…

Llega un punto que se dan tantas vueltas en las horas que ya no sabemos si el reloj gira hacia la derecha o hacia la izquierda.

Llega un punto que se corre tanto al dar las vueltas que en lugar del tic-tac del reloj oímos el tac-tac del corazón ajetreado.

Llega un punto que deberíamos parar, respirar, observar a nuestro alrededor y preguntarnos cómo queremos dar las vueltas a las horas.

Y sobre todo, sobre todo, preguntarnos:

¿Qué noción de tiempo estamos dando a los niños?
corre, deprisa, rápido, va, vamos, venga, espabila, manos a la obra…
¿cuántas veces se dicen estas palabras a lo largo del día?

 

Imagina… imagina sólo por un momento una escuela relajada, una escuela amable, una escuela sin prisas, una escuela en la que se respeta el paso del tiempo como algo natural y no forzado.

Los niños no tienen noción del tiempo, conocen el paso del tiempo, pero no entienden el concepto. Saben que el tiempo pasa, saben que ayer era “lo que hice”, que mañana “haré” y que hoy es hoy, ahora, en ese momento. Los niños viven el día a día disfrutando de cada minuto y segundo que les regala su vida. Y nosotros, adultos, pretendemos robarles el “taco” de los segundos y que vayan al ritmo del “tic-tic-tic-tic” frenético del “mundo de los mayores”.

Y yo me pregunto… ¿quiénes somos los adultos para robar el tiempo de los niños?

Hay que ser lentos como un viejo tren de los de antes, lleno de campesinas vestidas de negro, como quien va caminando y, de repente, ve abrirse el mundo como por arte de magia, porque caminar de pie es pasar las páginas de un libro mientras que corrientes no se ve que la cobertura. Hay que ser lentos, disfrutar de los paros para volver la vista atrás y mirar el camino recorrido, para sentir el cansancio que conquista como una melancolía a nuestros miembros, para sentir envidia de la dulce anarquía de quien inventa, paso a paso, el camino a seguir.
(Cassano, 2004)

Y muchos dirán:

¿Y POR QUÉ NECESITAN TANTO TIEMPO LOS NIÑOS? ¡¡¡¡ES UNA PÉRDIDA DE TIEMPO!!!!

Y los niños dicen:

¡NECESITAMOS TIEMPO PARA PERDER EL TIEMPO!

Necesitamos tiempo para…

Maravillarnos…

 
 
Escuchar y hablar…
 
Darnos tiempo, ganar tiempo…
 
Jugar…
 
Y en definitiva… necesitamos tiempo para crecer
 


Recuperado del artículo publicado en MASSA VOLTES AL TEMPS (veurepensarisentir.blogspot.com) el 15/02/2015

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Yo soy Jenny, maestra de profesión (y por pasión). Actualmente me dedico a acompañar y formar a profesionales de la educación inquietos, con ganas de cambiar la imagen y miradas en y hacia la escuela y la infancia. Me he especializado en psicomotricidad, neuropsicología y métodos de investigación en la innovación curricular. Me formé en educación viva y he podido llevar a cabo toda esta transformación en diferentes proyectos de educación viva en los que he participado como acompañante.

Soy mamá de Leo, de 2 años y de Emma, que nació el pasado agosto. Si mi mirada hacia la educación ya era transformadora y revolucionaria antes de nacer mi hijo, ahora ya es totalmente radical. Algo no se está haciendo bien, y mis inquietudes me llevan a acompañar el cambio de mirada y a despertar consciencias.